martes, 9 de enero de 2018

EL BANCO DE PAPÁ
Ese era el banco de papá.
Se sentaba ahí, a pensar el mundo, y a pesar del mundo, manipulando su pipa, olorosa como bosque, como si fuera un prestidigitador o un titiritero de vidas pequeñas.
Nunca entendí su ansiedad. La pipa que él fumaba hacía que viejos fantasmas, volátiles pero torpes, salieran a la superficie. 
Yo lo miraba perplejo, de pié, lleno de preguntas, que él, ni yo, nos contestamos jamás.
Su gorra anticuada, de estampa italiana, le daba prestancia, aún cuando saludaba a personas desconocidas.
Nunca entendí a papá. Nunca supe quién era. Ni cuáles eran sus miedos, sus preguntas, sus inseguridades.
Solo sé que fabricaba fantasmas, que parecían pelear en el aire, para distraerme a mí, y escapar de mis preguntas.
Y si llovía, los fantasmas que papá creaba, se quedaban dormidos, y otras siluetas danzantes, mucho más vívidas y ágiles, jugueteaban por ahí, con muchísima más gracia, embalsamadas por las gotas de la lluvia.
Una vez, papá se animó a abrazarme, sentado en ese banco, luego de exhalar su etéreo y oloriento humo. Pero no me dijo nada.
Nunca lo ví llorar. Nunca. Solo fabricaba fantasmas, con el humo de su pipa. Y cada vez que lo hacía, empecé a anhelar su abrazo.
El tiempo pasó, y durante una siesta de mayo, el otoño me robó a papá, sin pedirme permiso, ni avisarme nada.
Y su banco también quedó también sin vida.
Cada vez que paso por ahí, me siento, en ese lugar sagrado, y espero.
Supongo que papá sigue ahí.
Supongo que querrá darme un abrazo …
Debajo de esas copas
¿Todavía me ves? ¿Puedes aún verme?
No sé muy bien porqué camino siempre así: escondido entre copas de árboles que no dejan que el sol llegue.
El aire es ideal, lleno de fresco matinal, neblinoso y opaco, como tanto me gusta. Amo este otoño. Lo amo.
El sol me quemaría. No lo quiero.
El camino húmedo lleva a un solo lugar, donde no hay espinas.
Estoy solo de nuevo. ¡Pero el aire es tan puro!
Esos techos de hojas, barnizados de noche por la luna, se me caen encima, como papelitos cincelados por niños traviesos, que festejan mi paso. Pero casi ni los veo. No hay tiempo ya.
Míralos… son pañuelos danzantes, en estado de rebelión, asfixiándose, desordenados, que quieren que yo siga.
Camino sobre un piso lacustre, oceánico, que espeja con timidez opaca, el mundo de arriba.
Ya dejé atrás la tristeza. La salida está cerca. La veo.
Me mojo los pies, un poco. Pero me hace feliz, caminar por aquí, asediado de gotas otoñales que me colman.
Todavía no apareciste.
Pero sé que, radiante, me asfixiarás con tu luz. solo te pido ésto: no me quites el aire.
Que la vida, y nuestro amor, sean siempre otoñales.
El sol, siempre caprichoso, puede esperar.
Texto: Coqui. Pintura: Leonid Afremov.

MUJER DE BLANCO
Con tu vestidito blanco
flagelabas la noche umbrosa
Y yo, desde mi frágil banco,
te descubría, celosa.
El farol, esquivo, observaba
cómo aplacabas la noche
y el ombú, en sigilo, aspiraba
de tu perfume el derroche
Sobre los pisos diezmados
por esa lluvia tan bella,
copiabas pasos cansados
como siguiendo a una estrella.
Yo me quedé, rubicundo:
tu luz de ángel partía,
en dos mitades el mundo
mientras la luna moría.
Cerré la noche abatido:
te esfumaste como brisa.
como nunca lo he sentido...
yo de tu amor, tengo prisa.
Poema: Coqui. Pintura: Leonid Afremov.

TUS FLORES
Me tuve que ir, una vez más.
Otra vez dejé las rosas, con los olores de tu vida.
Yo no tenía espacio para tanta belleza modelada en flores, aunque los colores y los aromas recién empezaban a bullir, desde tu emulsión de pétalos maduros.
Exhalabas un perfume cósmico, con fragancias que espejaban vidas pululantes en otras galaxias, jamás capturadas. Yo sería el pionero. El gran catador de tus pinceladas, cuyo lienzo sería mi vida.
No solo desplegabas chispazos cromáticos en forma de luces, sonidos y perfumes. Tú eras el arte.
Volví a dejar las rosas. Me puse el paraguas, para cubrirme el cabello. Y me fui. Sin que lloviera una gota.
Pero quedará tu perfume, etéreo, magnificente.
Los faroles cansinos volverán a marcarme el camino, para retomar el círculo.
Volveré a ser el mismo, volveré a pecar. Me llenaré de espinas la sien.
Pero seguiré sintiendo el olor de tus flores, que una vez dejé. Y viviré, como pueda…
Texto: Coqui. Pintura: Leonid Afremov.
TRES COMPAÑEROS
Los árboles delgados les marcan el camino. ¿Adónde van? ¿Qué ritmo tenue los lleva?
Alma tripartita: un poco hombre, un poco mujer, un poco perro. Los tres son uno. Y van juntos, alivianando cargas.
De un lado, lluvia de luces, todas desatinadas, como en danza tremulante e indisciplinada. Del otro, sombras estrujadas por aquellas chispas. 
El silencio los nutre, aunque hablen, los tres.
Seres arbolados, de cintura refinada, con copas tímidas, confiesan que es otoño. Dulce otoño… de frescores nocturnos y húmedos de garúa.
Los faroles triados en esferas perfectas también aducen recuerdos de caminatas reflexivas. Yo no estuve ahí. No pude.
Es el mejor paisaje. Ustedes tres, en sintonía cósmica, aluden a galaxias lejanas. No se detengan. No importa si llueve.
Hay soles estampados en cada paso que dan. El camino es eterno. Deslúmbrennos, como lo hacen esos colores fúlgidos en estado de espasmo.
Dentro de sus almas hay exceso de vida, modelada en chispas oceánicas que titilan, alocadas.
Dios sigue pintando. Me quiero despertar….
Coqui. (Pintura: Leonid Afremov)



MUJER BAÑADA DE LUCES NOCTURNAS
Calle cincelada por besos de luz, fragmentada en espasmos multicolores. Dios dibuja soles, estrellas y galaxias pintando caprichosamente la noche, mientras caminas trémula y pensante. Las chispas cromáticas me asfixian los ojos. Y los tuyos. Nada es opaco. Menos tu luz.
Tu paraguas y tu vestido, blancos, absorven la danza galáctica ante la cual te rindes. Yo también me rindo.
Te veo pasar, silenciosa, y única, sin interrupciones ni bocinas cercanas. Solo brillas. Brillas. No se quién eres. Pero tu halo fantástico ha infringido mis escudos.
Los faroles, en línea, fingiendo crucifijos, te marcan el camino, protegiendo la arcaica y pétrea calle. Por allí pasaron héroes.
Yo rezo. No eres de aquí. No puedo hablarte.
Todo es despabilante. Pero silencioso. No hay almas durmientes. Mis ojos quedan exhaustos. El universo fulge, exagerado, sobre tu calle, diezmada por el capricho de un dios que dibuja ebrio. Los astros están ahí, hasta en el suelo, impregnados de eternidad.
Por las ventanas alguien te ve pasar. ¿Te ven pasar? O solo es un invento de Dios tu leve caminata. Ellos duermen. Temen tanta luz.
Sí, ya sé. Eres un ángel. La lluvia no es tanto. Eres tú, que me humedeces los ojos, enamorándome.
Coqui. (Pintura: Leonid Afremov)